Los nominados al Oscar Rooney Mara y Casey Affleck
protagonizan uno de los títulos más interesantes del cine independiente del
pasado año.
Por Juanma Fernández
Puntuación: 7,5
A pesar de la
buena acogida en el festival de Sundance, lo que suele garantizar un billete de
ida a los Oscar, En un lugar sin ley (Ain’t
Them Bodies Saints) pasó sin pena ni gloria por las ceremonias de premios y
ha tardado más de un año en estrenarse en nuestro país, aunque al menos lo ha
logrado. La película de David Lowery,
responsable del montaje de Upstream color,
remite directamente al maestro (o fraude) Terrence
Malick. No sólo toma prestada la atmósfera de títulos como El árbol de la vida, sino que su guión
recuerda sospechosamente al de Malas
tierras, dos amantes forajidos, Texas y los años 70.
Una vez mencionado
lo evidente, dicha comparación no resta mérito al trabajo de Lowery, En un lugar sin ley es sutil, demoledora
y hermosa, tres adjetivos que para muchos serán sinónimos de tediosa. Ruth (Rooney Mara, Her) y Bob (Casey Affleck,
El asesinato de Jesse James por el
cobarde Robert Ford) no llegan a ser Bonnie y Clyde, apenas cometen su
primer delito juntos, él acaba entre rejas y ella tiene que criar a su hija
sola. Siguiendo las normas del género, Bob termina fugándose de la cárcel y
recorre Texas en busca de su familia. No cuenta con que a Ruth la vigilan de
cerca un policía (Ben Foster, A dos metros bajo tierra) y una suerte
de benefactor al que da vida Keith
Carradine (Deadwood).
Se suele decir
que no se juzgue un libro por la portada, pero en este caso no hay mejor forma
de definir el film que acudiendo al cartel original. Todos los interrogantes
que plantea Lowery están en la imagen de los amantes que rehúsan separarse sin
oponer resistencia. Las respuestas las encontraremos en la mirada de una inmensa
Rooney Mara arropada por un inmejorable reparto.
Lo mejor: su impecable
factura, entre el western crepuscular y Malick.
Lo peor: ser hipnotizado por la voz en off y caer en un profundo sueño.
Nuevo salto al vacío de un
director a veces incomprendido (La fuente
de la vida) y otras unánimemente aplaudido (Cisne negro), que adapta el episodio bíblico de Noé como lo que es,
una epopeya fantástica a la altura de El señor
de los anillos.
Por Juanma Fernández
Paramount Pictures
Puntuación: 8
Desde que viera Pi, fe en el caos en una pequeña sala madrileña
de versión original, he seguido la filmografía de Darren Aronofsky con la misma expectación que la de maestros como
Lynch o Cronenberg. Réquiem por un sueño,
La fuente de la vida, El luchador y Cisne negro son cuatro obras maestras que han inspirado desde anuncios
hasta series de televisión, sin ir más lejos los close up y tomas al hombro de Breaking Bad son calcados a los que utiliza
Aronofsky para perseguir a sus torturados personajes.
Noé supone un inesperado
giro de su carrera hacia el blockbuster, y aunque conserve parte de la
filosofía de su obra, un protagonista autodestructivo al que le consume una
idea –en este caso la del fin del mundo- que dará sentido a su existencia, su visceral
puesta en escena pierde fuerza en favor de la mística historia, o simplemente en
pos de un mayor número de espectadores, he ahí la cuestión. De momento ha alcanzado
el número uno en Estados Unidos y en España va camino de ello
después de inundar, nunca mejor dicho, la estación de Sol con su publicidad.
A Aronofsky ya le costó en su
momento encontrar financiación para La
fuente de la vida, y vista la recaudación obtenida por el film
protagonizado por Hugh Jackman y la
que por aquel entonces era su pareja, Rachel
Weisz, no es de extrañar que en esta ocasión haya sumergido su lado
masoquista bajo los espectaculares efectos especiales que recrean el diluvio
universal. También es cierto que su retorcido y trágico Cisne negro arrasó en taquilla y le llevó a
ser candidato al Oscar. Si con su particular homenaje al ballet y a Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997) obtuvo
tal repercusión, no tenía por qué sentirse cohibido a la hora de afrontar una
gran producción con Russell Crowe a
la cabeza de un reparto en el que vuelve a brillar Jennifer Connelly.
Noé y su arca han acaparado numerosas
películas y miniseries, pero nadie se había atrevido a tomarse tantas licencias
con este mito del Antiguo Testamento. En esta nueva Noé encontramos
respuestas a cómo se construyó la enorme embarcación con los escasos medios de la
época, desde luego no gracias al trabajo de un solo hombre, y cómo se
introdujeron en ella los animales. Los vigilantes que ayudan al profeta
provocarán la ira de los sectores más rancios de la religión católica, cuando ciertos
escritos igual de convincentes que la Biblia aluden a dichos gigantes de piedra.
Quién sabe si llegará el día en
que se crea que los hobbits poblaron la tierra o que existió un malvado
emperador en una galaxia muy lejana. Mientras dichas creencias no degeneren en
sangrientos conflictos o sirvan de excusa para provocar represiones, allá cada
cual. A mí me gusta pensar en Cthulhu devorando a la humanidad, y espero que
algún día Aronofsky lleve los cuentos de Lovecraft a la gran pantalla, con un
poco más de entusiasmo que en Noé
pero con la misma inventiva de la que siempre hace gala.
Lo mejor: su progresión dramática y la épica partitura de Clint
Mansell.
Lo peor: un clímax descafeinado y una despistada Emma Watson.
Dos de los guionistas de la
productora que ha sentado las bases de la ficción televisiva en España, pretenden trasladar su caduco formato a la pantalla grande y destruir la poca
dignidad que le quedaba a nuestro cine.
Por Juanma Fernández
Warner Bros
Puntuación: 3
Slatan (Álex García), un terrorista del Karadjistan, tiene que inmolarse
dentro de un avión de pasajeros que va de Moscú a Madrid, pero el temporal ruso
arruina momentáneamente su plan y ha de convivir durante tres días con el resto
de la tripulación en un hotel de montaña. Entre ellos encontramos a Lola (Carmen Machi), recientemente enviudada y
madre de dos niños, a Nancy (Verónica
Echegui), una joven con instintos suicidas, a Camilo y a Natalia (Iván Massagué y Leticia Dolera), de luna de miel, a Eugene (Eduardo Blanco), un vendedor ambulante de zapatos femeninos –si es
que semejante profesión existe en estos días- y a un anciano que de vez en
cuando pasa por allí con el rostro de Héctor
Alterio.
Con semejante compañía es de
suponer que el terrorista, que por supuesto tiene sus motivos, dejará de serlo
y se convertirá en un héroe. Resuelta la primera cuestión que todo espectador
se hace nada más comenzar una película tan sólo queda saber cuánto tiempo
tardará Álex García (Tierra de lobos) en quitarse la
camiseta y lucir algún tatuaje a la altura de la entrepierna. Tres segundos.
Apenas les falta tiempo a los responsables de este capítulo alargado de Los hombres de Paco para desnudar al protagonista.
Parece ser que Álex Pina no es
consciente de que en el cine no existe el zapping, el espectador –aunque debería-
no va a abandonar la sala si no ve el torso de Slatan antes de que aparezcan
los títulos de crédito.
En las últimas décadas, la
ficción televisiva estadounidense ha mirado hacia el cine para satisfacer a
un público cada vez más fragmentado y exigente, hasta llegar al momento actual con
producciones que nada tienen que envidiar al séptimo arte, como Breaking Bad o Juego de tronos. En España ocurre justo lo contrario, el cine se
nutre de la basura que le suministra los canales de televisión, convertidos en el
principal medio de promoción de un film. Hasta Almodóvar ha sucumbido a dicho
fenómeno con Los amantes pasajeros,
por lo que el debut en la dirección de uno de los guionistas de Los Serrano o El barco por muy coral que sea no tiene nada de Berlanga o Trueba y
mucho de Globomedia, productora que ha
congelado la creatividad de nuestros guionistas gracias al desorbitado éxito de
series como Aída o Águila Roja.
Lo único que hay que destacar en Kamikaze
es el buen hacer de unos actores con pocas aspiraciones artísticas a los que
les ha sonreído la suerte. Carmen Machi,
Eduardo Blanco (El hijo de la novia)
y Verónica Echegui (uno de los descubrimientos del desaparecido Bigas Luna) se adueñan de sus
secuencias, víctimas de malos tratos, nómadas sin hogar y necesitadas de cariño
que garantizan al menos una sonrisa.
El director de Moonrise Kingdom vuelve a deleitarnos
con las extravagantes aventuras del conserje Gustave H., al que da vida el
siempre sublime Ralph Fiennes.
Por Juanma Fernández
Twentieth Century-Fox
Puntuación: 8,5
Desde que Wes Anderson (Los Tenenbaums)
empezara a colaborar con el compositor Alexandre
Desplat (Fantástico Sr. Fox) su intachable
filmografía ha dado un sutil y delicado giro, inapreciable seguro para la mayoría
de la audiencia. Aparentemente los elementos de la ya lejana Academia Rushmore siguen estando, así
como Bill Murray: inadaptados
soñadores, humor inteligente y una fotografía simétrica basada en colores primarios.
Pero a partir de la preciosa fábula del zorro que no podía dejar de robar
gallinas, la obra de Anderson adquiere el matiz de relato para niños, ese del
que muchos nos resistimos a desprendernos.
El gran hotel Budapest
comienza con una chica sosteniendo un libro frente a un monumento al autor de dicho libro, luego retrocede hasta el tiempo en que dicho
escritor conoce al dueño del decadente hotel del título, Zero Moustafa, y éste
le cuenta la historia que inspiró sus memorias. Así nos trasladamos a la Europa
de entreguerras de 1932, cuando Zero (Tony
Revolori) es contratado por el conserje Gustave H. (Ralph Fiennes) y juntos viven una increíble aventura con polémicos
testamentos, nazis, fugas carcelarias, monasterios, persecuciones en esquís y
dulces enamoradas.
Wes Anderson ama su profesión, ser un incomprendido no es algo que
le preocupe, al igual que al recientemente oscarizado Spike Jonze (Her), y
contagia al espectador su pasión por el cine como medio de expresión artística.
El
gran hotel Budapest puede resultar excesiva, absurda e irrelevante, características
que hacen de ella una auténtica delicia para los seguidores del realizador
estadounidense. Lo importante no es cómo llegó a convertirse Zero en gerente,
sino cómo se desarrolla su amistad con el inigualable Gustave H. y cómo nos
arranca unas lágrimas de la forma más honesta y mágica.
Lo mejor: su originalidad.
Lo peor: distraerse en exceso con el irresistible envoltorio.
Si miramos hacia los Globos de
Oro, las asociaciones de críticos y los premios de los distintos sindicatos del
cine, dos son las favoritas a llevarse el Oscar a la mejor película del pasado
año: 12 años de esclavitud y La gran estafa americana. Mi pronóstico
(más bien mi deseo) es otro, y aquí va mi ranking de las nominadas en la
categoría más codiciada de la gala que presentará Ellen DeGeneres.
9. La gran estafa americana,
de David O. Russell.
Unos han alabado su delirante
puesta en escena, su apasionado elenco y su espléndida ambientación, aunque al
igual que le ocurrió con El lado bueno de
las cosas el último film de David O. Russell cuenta con ruidosos
detractores, entre ellos un servidor. Por mucho que se trate de una farsa no
hay manera de creerse la pareja formada por Christian Bale y Jennifer Lawrence,
por no hablar de Amy Adams, que va de femme fatale cuando sólo convence siendo infeliz
(Junebug, Her). Lo que más me ofende es que se haya comparado a O. Russell con
Martin Scorsese, hacen falta algo más que buenas canciones y personajes
hablando sin cesar para acercarse al genio neoyorquino.
8. Capitán Phillips, de Paul
Greengrass.
Con unos piratas somalíes
secuestrando a Tom Hanks y con el mismo director que convirtió en héroes a la
tripulación del United 93, pocos
dudaban del éxito de este docudrama basado en hechos reales –y van dos- que es
sinónimo de la supremacía de los Estados Unidos. Siempre tiene que haber un
film que honre a este maravilloso país, y de este modo dar cabida también a duras
críticas contra el sistema como las que encontraréis en los siguientes puestos.
Capitán Phillips es un notable
thriller destinado a ser emitido en la sobremesa.
7. 12 años de esclavitud, de Steve
McQueen.
La historia de Solomon Northup es
la que se nos cuenta en esta película, y punto. Que nadie se atreva a criticar
el relato épico de McQueen, podría entenderse que está del lado del terrateniente
que levanta el látigo contra sus esclavos. Por mucho que nos cueste darle la
espalda a Michael Fassbender debemosestar con Brad Pitt, él es quien pone la pasta y el único que ayuda al pobre
mártir Chiwetel Ejiofor. Lo más fascinante en este best seller sigue siendo Patsey/Lupita Nyong’o, que sin demasiados
esfuerzos se llevará un prematuro Oscar.
6. El lobo de Wall Street, de
Martin Scorsese.
Leonardo DiCaprio arrastrándose
hasta su Ferrari con medio cuerpo paralizado por las drogas, Jonah Hill
empalmado, los cánticos de Matthew McConaughey, los años ochenta… Hay más adrenalina
en este título que en cualquiera de sus contrincantes, lástima que sus tres
horas de duración sean tan excesivas como todo lo que concierne a estos
corredores de bolsa cocainómanos y hedonistas.
5. Nebraska, de Alexander
Payne.
¿Un anciano que recorre medio
país víctima de un timo publicitario con la ilusión de poder dejarles alguna
herencia a sus descendientes? ¡Traigan ese Oscar de inmediato! Espera un
momento, qué hacen esos personajes mirando a cámara fijamente, y por qué están
tan despeinados y en blanco y negro. Alexander Payne parece ser demasiado
consciente de que lo suyo es cine de autor, cargado de buenas intenciones pero
forzado.
4. Philomena, de Stephen
Frears.
Si algo podemos deducir de las
películas nominadas este año es que la vida está llena de dramas humanos que no
obtienen el justo alcance, y este es uno de ellos. Es posible que Stephen
Frears busque la complicidad con el espectador desesperadamente, pero la
historia de Philomena bien vale un
par de lágrimas. Los casos de niños robados durante el franquismo se merecen
una película como esta.
3. Her, de Spike Jonze.
Original, melancólica y
retorcida. El juguete de Spike Jonze es una inofensiva fábula sobre la relación
entre personas y máquinas, en este caso sistemas operativos, o un incómodo
reflejo de nuestra sociedad, depende del estado de ánimo con que te acerques a Her. Eso sí, siempre en versión original
para enamorarnos junto a Joaquin Phoenix de la cálida voz de Scarlett Johansson.
2. Dallas Buyers Club, de
Jean-Marc Vallée.
Incomprensiblemente su estreno se
ha retrasado en nuestro país hasta el 14 de marzo. Más allá del impecable
trabajo de Matthew McConaughey y Jared Leto, más allá del maquillaje y del peso
perdido, encontramos un hermoso film que cuestiona nuestro concepto de héroe,
en la línea de Breaking Bad, y mantiene
vivo el recuerdo de aquellos que dieron su vida en busca de un tratamiento
eficaz contra el sida.
1. Gravity, de Alfonso Cuarón.
Este film no está basado en una
historia real. Tampoco es ciencia ficción. Es sencillamente la mejor película
sobre el espacio. Y no lo digo sólo yo, James Cameron fue el primero en
reconocerlo, y si lo dice él que engañó a media población con Avatar… El regreso de Alfonso Cuarón a
las pantallas –siete años hacía de la magnífica Los hijos de los hombres- es un sobrecogedor viaje de supervivencia
que condensa la esencia de Lost en
apenas hora y media. Los noventa minutos más angustiosos y bellos del 2013.