Nuevo salto al vacío de un
director a veces incomprendido (La fuente
de la vida) y otras unánimemente aplaudido (Cisne negro), que adapta el episodio bíblico de Noé como lo que es,
una epopeya fantástica a la altura de El señor
de los anillos.
Por Juanma Fernández
Paramount Pictures |
Puntuación: 8
Desde que viera Pi, fe en el caos en una pequeña sala madrileña de versión original, he seguido la filmografía de Darren Aronofsky con la misma expectación que la de maestros como Lynch o Cronenberg. Réquiem por un sueño, La fuente de la vida, El luchador y Cisne negro son cuatro obras maestras que han inspirado desde anuncios hasta series de televisión, sin ir más lejos los close up y tomas al hombro de Breaking Bad son calcados a los que utiliza Aronofsky para perseguir a sus torturados personajes.
Noé supone un inesperado
giro de su carrera hacia el blockbuster, y aunque conserve parte de la
filosofía de su obra, un protagonista autodestructivo al que le consume una
idea –en este caso la del fin del mundo- que dará sentido a su existencia, su visceral
puesta en escena pierde fuerza en favor de la mística historia, o simplemente en
pos de un mayor número de espectadores, he ahí la cuestión. De momento ha alcanzado
el número uno en Estados Unidos y en España va camino de ello
después de inundar, nunca mejor dicho, la estación de Sol con su publicidad.
A Aronofsky ya le costó en su
momento encontrar financiación para La
fuente de la vida, y vista la recaudación obtenida por el film
protagonizado por Hugh Jackman y la
que por aquel entonces era su pareja, Rachel
Weisz, no es de extrañar que en esta ocasión haya sumergido su lado
masoquista bajo los espectaculares efectos especiales que recrean el diluvio
universal. También es cierto que su retorcido y trágico Cisne negro arrasó en taquilla y le llevó a
ser candidato al Oscar. Si con su particular homenaje al ballet y a Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997) obtuvo
tal repercusión, no tenía por qué sentirse cohibido a la hora de afrontar una
gran producción con Russell Crowe a
la cabeza de un reparto en el que vuelve a brillar Jennifer Connelly.
Noé y su arca han acaparado numerosas
películas y miniseries, pero nadie se había atrevido a tomarse tantas licencias
con este mito del Antiguo Testamento. En esta nueva Noé encontramos
respuestas a cómo se construyó la enorme embarcación con los escasos medios de la
época, desde luego no gracias al trabajo de un solo hombre, y cómo se
introdujeron en ella los animales. Los vigilantes que ayudan al profeta
provocarán la ira de los sectores más rancios de la religión católica, cuando ciertos
escritos igual de convincentes que la Biblia aluden a dichos gigantes de piedra.
Quién sabe si llegará el día en
que se crea que los hobbits poblaron la tierra o que existió un malvado
emperador en una galaxia muy lejana. Mientras dichas creencias no degeneren en
sangrientos conflictos o sirvan de excusa para provocar represiones, allá cada
cual. A mí me gusta pensar en Cthulhu devorando a la humanidad, y espero que
algún día Aronofsky lleve los cuentos de Lovecraft a la gran pantalla, con un
poco más de entusiasmo que en Noé
pero con la misma inventiva de la que siempre hace gala.
Lo mejor: su progresión dramática y la épica partitura de Clint
Mansell.
Lo peor: un clímax descafeinado y una despistada Emma Watson.