jueves, 20 de marzo de 2014

El gran hotel Budapest, de Wes Anderson


El director de Moonrise Kingdom vuelve a deleitarnos con las extravagantes aventuras del conserje Gustave H., al que da vida el siempre sublime Ralph Fiennes.
Por Juanma Fernández

 Twentieth Century-Fox
 Puntuación: 8,5

Desde que Wes Anderson (Los Tenenbaums) empezara a colaborar con el compositor Alexandre Desplat (Fantástico Sr. Fox) su intachable filmografía ha dado un sutil y delicado giro, inapreciable seguro para la mayoría de la audiencia. Aparentemente los elementos de la ya lejana Academia Rushmore siguen estando, así como Bill Murray: inadaptados soñadores, humor inteligente y una fotografía simétrica basada en colores primarios. Pero a partir de la preciosa fábula del zorro que no podía dejar de robar gallinas, la obra de Anderson adquiere el matiz de relato para niños, ese del que muchos nos resistimos a desprendernos.

El gran hotel Budapest comienza con una chica sosteniendo un libro frente a un monumento al autor de dicho libro, luego retrocede hasta el tiempo en que dicho escritor conoce al dueño del decadente hotel del título, Zero Moustafa, y éste le cuenta la historia que inspiró sus memorias. Así nos trasladamos a la Europa de entreguerras de 1932, cuando Zero (Tony Revolori) es contratado por el conserje Gustave H. (Ralph Fiennes) y juntos viven una increíble aventura con polémicos testamentos, nazis, fugas carcelarias, monasterios, persecuciones en esquís y dulces enamoradas.

Wes Anderson ama su profesión, ser un incomprendido no es algo que le preocupe, al igual que al recientemente oscarizado Spike Jonze (Her), y contagia al espectador su pasión por el cine como medio de expresión artística. El gran hotel Budapest puede resultar excesiva, absurda e irrelevante, características que hacen de ella una auténtica delicia para los seguidores del realizador estadounidense. Lo importante no es cómo llegó a convertirse Zero en gerente, sino cómo se desarrolla su amistad con el inigualable Gustave H. y cómo nos arranca unas lágrimas de la forma más honesta y mágica.

Lo mejor: su originalidad.

Lo peor: distraerse en exceso con el irresistible envoltorio.


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